El Ebro vuelve a inundarnos con imágenes terribles de
campos, fincas y hogares anegados; gente perdiendo el trabajo de una vida y
clamando por unas obras y unas actuaciones que ya, nunca, llegarán a tiempo.
Quiero manifestar desde esta tribuna mi más estrecha solidaridad por sus
pérdidas y mi compresión por la justa reclamación de las medidas necesarias
para limitar los daños de las riadas y para compensar sus pérdidas.
Una vez atendido lo urgente, pasemos al origen del problema: estamos olvidando algo esencial, algo que el río Ebro con sus periódicas inundaciones intenta recordarnos... y es que estamos ocupando su
espacio. El Ebro es un sistema dinámico que “se mueve”, pero lo hace en escalas
de tiempo mayores que las nuestras y lo olvidamos. Las avenidas contribuyen a
que su cauce cambie a través de los siglos (como prueba tenemos los galachos o
los sotos que se forman y desparecen con cada nueva crecida). Ese dinamismo
mantiene en buen estado al Ebro y por tanto contribuye a mantener el buen
estado ecológico de sus aguas y riberas, como nos recuerdan especialistas como
el profesor Ollero de la Universidad de Zaragoza (ver enlace 1). Sin embargo, en vez de adaptar nuestras actividades y construcciones al río, nos hemos ocupado de intentar adaptar al río a nosotros. Así, el modo de protegernos de las crecidas y de limitar sus daños ha pasado siempre por la
construcción de motas y diques o por la limpieza y dragado de su cauce. Todas
ellas son actuaciones cortoplacistas fruto de la improvisación y del
desconocimiento profundo del funcionamiento del ecosistema fluvial; son además un
despilfarro inútil de recursos públicos. Tarde o temprano llegará una riada que se
lleve por delante estas soluciones. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Con el modelo actual de explotación y ocupación de los
terrenos cercanos al Ebro, las medidas cortoplacistas antes citadas no van,
desde luego, ni a evitar las avenidas futuras ni a limitar sus daños. Más bien
al contrario. Dragar un río provoca efectos peores que el no hacerlo y además
su efecto resulta ridículo; dragar un metro de profundidad en un tramo provoca
tan solo una reducción de 8 cm en la altura de una avenida (ver detalles en el
enlace 2). Lo mejor que puede hacerse a medio y largo plazo es reordenar los
usos del suelo en las zonas cercanas al río, de modo que se compatibilice el
desarrollo económico con la hidrología propia del Ebro y que se den
alternativas de desarrollo económico “inmunes” a las avenidas a las poblaciones ribereñas.
Para ello, entre otras cosas, es necesario completar el
deslinde del dominio público hidráulico del Ebro –esto es acotar el espacio
propio del río que es de de todos-. Esto permitiría, de entrada, la
reordenación de los usos del suelo en función del riesgo de inundaciones e
impedir la proliferación de actividades y construcciones que empeoran el efecto
de las avenidas. El problema es que el organismo encargado del deslinde, la
Confederación Hidrográfica del Ebro –CHE-, hace tiempo que dejó de velar por el
estado del río y por el interés general, convirtiéndose en una herramienta más
al servicio del partido político de turno. Así que como medidas a medio y largo
plazo, propondría la despolitización de la gestión de la CHE y su reforzamiento
legislativo. En este momento, las competencias sobre la gestión del Ebro y su
espacio, se hallan tan repartidas entre las diferentes administraciones (y
añadiría con tan diferentes prioridades) que la protección del bien común, del
río Ebro como sistema, es lo último en ser considerado…y así nos va.
2 comentarios:
Y LA SOLUCION A LOS PROBLEMAS DEL MUNDO ES LA PAZ Y LA REPARTICION EQUITATIVA DE LA RIQUEZ. NO HE LEIDO MAS PEROGRULLADAS DE UN PERIODISTAS DESDE HACER POR LO MENOS CINCO MINUTOS. FELICIDADES. VIVA PODEMOS.
Anónimo, perdería el tiempo explicandote el articulo que pareces no haber entendido en absoluto. Par el autor, desgraciadamente, la mentalidad que criticas está muy arraigada en la poblacion, no es solo cuestion de mala gestión politica pero en lineas generales, estoy de acuerdo contigo.
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